UNA MIRADA A LA MUERTE DEL LIBERTADOR

     
     La tradición histórica de Venezuela se ha visto envuelta en el papel fundamental que ejercieron los héroes de la Independencia, donde, sin duda, resalta la persona de Simón Bolívar, quien fuera el Padre de nuestra nación venezolana por ser el líder de las revoluciones independentistas que le dieron la libertad a cinco naciones de la América del Sur, incluyendo a Venezuela. Por tal razón, como lo asevera Alarico (2008: 7), “… su labor [la de Bolívar] ha sido innecesariamente distorsionada, hasta el punto de crear un mito en torno a su figura”, es decir, se ha visto en el común de los pueblos a un Bolívar héroe y no a un Bolívar humano, al cual podemos visualizar durante sus últimos episodios de vida, antes de fallecer. 
     En medio de su vida tan agitada, transcurrían los años de 1828-1829, en los cuales, luego del fracaso de la Convención de Ocaña (1828), se impuso a Bolívar como el dictador de la entonces República de Colombia (Colombia La Grande como la llaman muchos autores). Tal hecho le contrajo a Bolívar un sin fin de problemas y alzamientos en casi todo el territorio que conformaba la citada república, razón por la cual las acciones tomadas por el Libertador eran de constante esfuerzo, lo que poco a poco lo llevó a quebrantos de salud y hasta de moral (Alarico, 2008). 
     Por ello, según Alarico (2008: 79) “el punto inicial [del agravamiento de salud física y moral de Bolívar] podría encontrarse en lo ocurrido durante la Convención de Ocaña…”, luego de la cual inician los últimos acontecimientos en la vida de la figura del Libertador. Así, a partir de 1829 comienza a padecer de dolencias como altas fiebres, cólera morbo y ataques de nervios, siendo en agosto de ese mismo año en la localidad de Guayaquil donde cae debilitado a causa de un ataque que sufrió, y fue de tanta gravedad que lo incapacitó parcialmente (Alarico, 2008). 
     Este hecho desencadenó un agravamiento continuo de la salud del Libertador, así lo corrobora Alarico (2008) alegando que en enero de 1830 Bolívar entra triunfante a Bogotá, pero más allá de verle rostro de satisfacción, le ven un rostro cansado, “…el general Joaquín Posada Gutiérrez, describió así la manera como Bolívar lucía: ‘pálido, extenuado; sus ojos tan brillantes y expresivos en sus bellos días, ya apagados; su voz honda, apenas perceptible…’” (Alarico, 2008: 81), razón que expone empero el mal estado de salud que para la fecha ya padecía el Padre de la Patria. 
     Su salud era mucho más escasa al paso de los días. En febrero del citado año recae de nuevo con otro fuerte ataque que lo deja postrado, “…de ello deja constancia en la carta que escribe a su amigo Daniel O’Leary (23 de febrero de 1830): ‘He sufrido un gran ataque de bilis que me ha dejado muy postrado…’”(Alarico, 2008: 81). Posterior a ello, por su mal estado de salud, Bolívar decide renunciar irrevocablemente ante el Congreso el 27 de abril y cuatro días más tarde decide retirarse de Bogotá para ir, con escala en Cartagena, rumbo a Santa Marta acompañado de su sobrino Fernando Bolívar. Durante el camino le llega la noticia de la muerte del Mariscal de Ayacucho y ello influyó de manera importante en el empeoramiento de su salud. 
     Las constantes cartas y correspondencias emitidas por el Libertado durante el lapso de abril a octubre de 1830, dejan entrever el malsano estado de salud en que se encontraba, para ilustrar se tiene que “el 20 de septiembre le comunica a Pedro Briceño Méndez: ‘Yo estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado, calumniado y mal pagado...’” (Alarico, 2008: 82), y posterior el 16 de octubre le “dice a Urdaneta que ‘Me tiene usted aquí detenido a causa de mi salud que se ha deteriorado mucho…’” (Alarico, 2008: 82). 
     A fecha 1º de diciembre de 1830, Bolívar por fin llega en el navío “Manuel” a su destino en San Marta, con un estado de salud tan deplorable que tuvo que permanecer en la ciudad hasta del 6 de diciembre, fecha en la que fue traslado hasta la Quinta San Pedro Alejandrino, de propiedad de Joaquín Mier. Allí lo atendió hasta sus últimos días como médico de cabecera el Dr. Alejandro Próspero Reverend, de origen francés y quien hizo todo lo posible por mejorar el agravado estado del Libertador, sin embargo sus múltiples esfuerzos fueron en vano. Pasaron los días y la salud de Bolívar no encontraba mejoría. Al verse en tal estado Bolívar decide confesarse con el obispo de la ciudad y el 10 de diciembre firma su testamento ante el escribano público José Catalino Noguera (Alarico, 2008). 
     El 17 de diciembre amaneció en la Quinta San Pedro Alejandrino una gran tensión, se esperaba el desenlace de la vida de quien fuera el creador de la República de Colombia La Grande en 1819. Las constantes entradas y salidas que hacía Reverend a la habitación de Bolívar con el fin de ayudar al paciente dejaban escuchar los alaridos de moribundo que emitía el Padre de la Patria, y así en presencia de los generales Mariano Montilla, José Laurencio Silva, Pedro Briceño Méndez, Julián Infante, José Trinidad Portocarrero y José María Carreño; los coroneles Belford Hinton Wilson, José de la Cruz Paredes y Joaquín de Mier; el comandante Juan Glen; los capitanes Andrés Ibarra y Lucas Meléndez; los tenientes José María Molina y Fernando Bolívar Tinoco; los doctores Manuel Pérez Recuero y Alejandro Próspero Reverend; y su mayordomo José Palacios, “el deceso de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se produjo a la una de la tarde” (Alarico, 2008: 83).


Fuente:
Alarico, Carlos (2008). El problema de la causa de la muerte de Bolívar. Revista Politeia, Vol. 31, Nro. 41. Universidad Central de Venezuela - Caracas.

Por:
Ramón José Labarca-Rincón
Estudiante de Ciencias Sociales en LUZ
Twitter: @RamonJoseMR

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